Cuando tratamos de hallar un denominador común a toda mística o espiritualidad —sea de Oriente u Occidente, del hemisferio norte o sur—, encontramos una respuesta que nos sorprende por su sencillez: vivir conectados con el aquí y ahora.
Aldous Huxley, autor de Filosofía perenne, ya supo percatarse de esto hace unas décadas y, en su sociedad utópica de La isla, los loros habían sido entrenados para repetir «Aquí y ahora» y, así, recordar constantemente a sus habitantes que retornaran su atención al momento presente. También el profesor de medicina Jon Kabat-Zin se dio cuenta de los beneficios psicológicos de esta práctica y, con el nombre de mindfulness o ‘atención plena’, introdujo el aquí y ahora en el ámbito de las ciencias de la salud; y desde entonces se ha ido demostrando, una y otra vez, su eficacia tanto en mediciones neurológicas como psicológicas.
Por tanto, los terapeutas de hoy nos encontramos con que una instrucción tan simple como «Lleva toda tu atención al aquí y ahora» podría ser suficiente para conseguir nuestros objetivos de salud y bienestar. Es decir, que con solo aplicar esa enseñanza podría bastar no solo para terminar con nuestros miedos e insatisfacciones, sino también para conectarnos con una realidad transpersonal o mística. Entonces, si ya sabemos lo que hay que hacer, ¿para qué seguir hablando?
Claro, el problema está en que no es lo mismo la teoría que la práctica; no es lo mismo saberse la teoría sobre cómo pilotar un avión que sentarse en uno y hacerlo despegar y aterrizar durante una tormenta (en psicología diríamos que no es lo mismo la memoria semántica que la procedimental, que de hecho están en partes muy diferentes de nuestro cerebro). ¿Has probado a dar un paseo de diez minutos sin distraerte con pensamientos del pasado o del futuro, sin evaluar o etiquetar lo que ves, sin lenguaje, tan solo observando como mero testigo, como si fueras un espejo que, simplemente, refleja el fluir? ¿Has aguantado si quiera unos segundos en el aquí y ahora, sin etiquetar tus estados de ánimo ni a la gente con la que te vas cruzando?
Vale, parece que ejecutar esa sencilla instrucción no es tan sencillo. Tenemos muchas resistencias a prestar atención plena al momento presente. Y ahí es donde la psicoterapia y las enseñanzas de los distintos maestros espirituales pueden ayudarnos, ayudarnos a soltar nuestras resistencias a conectar con el aquí y ahora.
Por eso, a continuación comento algunas claves importantes que nos podrían facilitar que podamos disfrutar del momento presente.
1. Comprender que conectar con el aquí y ahora no significa ser impulsivo o cortoplacista
Aquel que dice: «Voy a gastar todo mi dinero en un viaje, y ya veré de qué vivo la semana que viene» no conecta más con el momento presente que quien dice: «Prefiero ahorrar para tener un colchón económico». Ambos piensan en el futuro, solo que para el primero es más importante el futuro inmediato y para el segundo el futuro a medio o largo plazo. «Ahora» significa ‘este preciso instante en el que soy consciente de estar aquí’; es decir, ahora es ahora, y no dos segundos, dos minutos o dos horas después de ahora. Por tanto, nada tiene que ver con darse un placer hoy sin contar con las consecuencias de mañana. Perseguir un placer, ya sea dentro de unos segundos o de unos meses, implica un objetivo, y por tanto implica tiempo: y el ahora es ausencia de tiempo, es más como ese instante eterno donde todo sucede. Y lo mismo vale para el pasado: pensar sobre lo que nos ha pasado hace unos segundos tampoco es estar aquí y ahora. La confusión se debe a que estamos tan acostumbrados a vivir en el futuro y el pasado —ambos productos de nuestra imaginación— que ese universo mental, ese doble, nos parece más real que la auténtica realidad del presente. Es como si hubiéramos vivido siempre en el centro de una enorme ciudad: cuando por fin oliéramos un pino en el bosque diríamos: «Este bosque huele como el ambientador de mi casa». Sin embargo, el ahora existe y uno puede ser consciente de él; es más, el ahora es la realidad de toda existencia, porque incluso el futuro y el pasado suceden ahora, en nuestra mente (San Agustín de Hipona lo expresó de la siguiente manera hace ya mil seiscientos años: «Tres son los tiempos: presente de las cosas pasadas, presente de las cosas presentes y presente de las cosas futuras»).
Por eso, cuando queramos conectar con el aquí y ahora, y evitar que la mente se nos vaya al futuro o al pasado —inmediato o lejano—, puede ayudar el repetirnos desde el corazón la siguiente frase: «Este preciso instante —en el que estoy siendo consciente de estar aquí— es el único que realmente existe». (El resto son construcciones de la mente: momentos o recuerdos imaginados).
2. Saber diferenciar entre conectar con el aquí y ahora y la evaluación de nuestras circunstancias presentes
Para aclarar esto, seguiré las enseñanzas de Eckhart Tolle, que diferencia entre el ahora y la situación de vida. Cuando uno tiene su corazón en el ahora solo puede haber paz; si decimos: «Mi momento actual es desagradable», se debe a que estamos evaluando o juzgando nuestra situación de vida, ya sea en un sentido amplio —familia, pareja, trabajo, economía…— o estrecho —estar en un atasco, con gente que nos aburre…—. Como ya hemos comentado arriba, conectar con el aquí y ahora requiere atención plena; esto es: entrega total, comunión, ausencia de lenguaje, de etiquetas y de evaluaciones sobre lo que se vive. Se trata de mirar como un bebé, ser como un espejo limpio, sin el ruido de nuestra voz interior. Por el contrario, la evaluación de nuestras circunstancias presentes o de nuestra situación de vida es un proceso mental, y por tanto nos desconecta del aquí y ahora.
Por ello, la clave es que para conectar con el aquí y ahora es necesario abandonar el discurso verbal, y cualquier otra forma simbólica. Hay que aprender a mirar sin juzgar, sin pronunciarse sobre lo agradable o desagradable de la situación; es más, incluso hay que olvidarse de que hay una situación, porque es como un diluirse en ella, un mero existir. No hay comparaciones, no hay esa resistencia o barrera de «Estoy viviendo esto, pero podría estar viviendo otra cosa»; hay un mero fluir con el ahora, tal y como se nos presente ese ahora. Se parece mucho a aquella frase de Jesús: «En tus manos encomiendo mi espíritu», donde uno se entrega a lo que es, a lo real (y se olvida de lo que le gustaría que fuera o de lo que podría ser, que son productos de la mente).
Quizá esta entrega total al aquí y ahora en ausencia de las palabras sea lo que más nos cuesta. Nuestra mente no quiere ponerse a un lado y siempre nos va a vender que prestarle atención a ella es más importante que nuestro aquí y ahora, siempre nos va a vender que debemos pensar más, darle más vueltas, preservar la narrativa, el discurso. Para contrarrestar esta tendencia, puede ayudarnos el recordar aquel dicho zen de que «Ningún copo de nieve cae en el lugar equivocado». Esta frase nos recuerda que, por mucho que nuestra mente encuentre fallos, carencias, debilidades… a nuestra situación de vida, en realidad cada momento es perfecto y no necesita ningún añadido.
Claro, desde el punto de vista de la mente lo anterior es falso, y dirá: «Menuda chorrada. Pero si mi trabajo podría estar mejor pagado», «Pero si podría estar pasándomelo mucho mejor en otro sitio», «Pero si mis hijos podrían estudiar más», etc. De ahí que, para conectar con el aquí y ahora y dejar el discurso verbal a un lado, puede ayudar el repetirnos desde el corazón la siguiente frase: «Este instante es el más importante y tiene absolutamente todo lo que necesito para realizarme». (El resto son idealizaciones, idealizar que el fin de semana, o el pago de la hipoteca, o el cambiar de trabajo, etc., me permitirán por fin estar en paz; si no sabemos conectar con el aquí y ahora, no ocurrirá así: la mente no tardará hallar nuevos motivos de intranquilidad e infelicidad. Y el único momento en el que podemos trabajar el conectar con el aquí y ahora es este preciso instante, ya —sean cuales sean nuestras circunstancias de vida—).

3. Soltar nuestro excesivo deseo de control
Aunque tengamos claro qué es el aquí y ahora y nos repitamos con el corazón las frases que he recomendado antes, seguiremos experimentando muchas resistencias a conectar con el momento presente. ¿Por qué? Fundamentalmente porque nos falta confianza y corazón (seguro que hay muchas otras razones, y sería genial que cada uno de nosotros fuéramos investigando cuáles son, porque nos aportaría mucha luz y madurez en nuestro proceso de crecimiento personal).
Con respecto a la resistencia por miedo a soltar el control y confiar en la vida, no se culpa a nadie. Es un miedo comprensible: no hay más que echar un vistazo al mundo para constatar que hay una gran violencia. Sin embargo, lo que sí podemos cuestionarnos es si vivir en un estado de miedo nos está ayudando o, por el contrario, nos está robando fuerza y capacidad de adaptación. Ese es precisamente el reto: ir un paso más allá de lo aparente y cuestionar nuestra convicción de que dándole vueltas a la cabeza mejorará nuestra situación. Para ilustrarlo, me gustaría mostrar un texto de los Evangelios (Mt 6, 24-34):
Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.
Por eso os digo: No estéis agobiados por la vida, pensando qué vais a comer o beber, ni por el cuerpo, pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad a los pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos?
¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?
¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues, si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe? No andéis agobiados, pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los gentiles se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso.
Sobre todo, buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos.
Como hemos podido leer, en este texto subyace la idea de confianza en la vida y en nosotros mismos, en nuestra capacidad para sobreponernos y afrontar los retos que la existencia pone ante nosotros, en la fuerza y la belleza que nos da la propia vida por el mero hecho de existir. Esta idea puede parecerle ingenua a nuestra mente, pero la clave está en varios aspectos que comentaré a continuación. (Antes de seguir, quisiera aclarar que suelo transformar la palabra «Dios» por «vida» o «naturaleza» porque la espiritualidad es patrimonio de todos, ya seamos creyentes, agnósticos o no teístas. Para mí son simplemente palabras, y lo que me parece más importante es el mensaje hacia el que apuntan y que busca el desarrollo y la felicidad de la humanidad).
1.- «¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?». Como comentaba al principio de este apartado, la cuestión no es convertirse en alguien temerario que se olvide de sus necesidades y de las consecuencias de sus acciones, sino que se trata de confiar en que nuestra naturaleza, con millones de años de evolución, es sabia, y al igual que sabe cómo hacer latir nuestro corazón sin necesidad de que estemos encima de ello, supervisando el proceso y preocupados por él, también sabe orientarnos hacia otras necesidades («Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso»). Por supuesto, no se trata de creer que por vivir en el ahora vayan a desaparecer los retos de la vida: que nos vayamos a librar de la enfermedad, de la muerte, que nuestro corazón no pueda dejar de latir en algún momento. Claro que todo eso formará parte de la existencia, y también los desengaños amorosos, la traiciones… La cuestión es si, por ejemplo, andar obsesionado con el latir de mi corazón va a ayudarlo a funcionar mejor o, por el contrario, va a generar un estrés añadido que, finalmente, provoque unos cambios bioquímicos que incluso puedan favorecer el riesgo de infarto. En conclusión, la idea de esta frase es, sobre todo, cuestionar la funcionalidad de nuestras preocupaciones, de nuestro estado de miedo, de nuestra sospecha, de nuestra desconfianza hacia la vida, la gente y nuestras capacidades.
2.- «Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo». Esta idea también es muy importante, porque nos está diciendo que no podemos servir a nuestras preocupaciones al mismo tiempo que buscar la realización personal (o espiritual): o ponemos nuestro corazón en las preocupaciones o lo ponemos en el aquí y ahora («No andéis agobiados, pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir»). Tenemos demasiada confianza en la mente (servimos a nuestra mente) y muy poca confianza en nuestra capacidad natural y espontánea para afrontar los retos. Insisto, de nuevo, en que esto no significa que por vivir en el aquí y ahora no vayamos a fracasar en varias ocasiones de la vida: ¡por supuesto que lo haremos!, pero el haber servido a la mente tampoco nos ha liberado del fracaso ni nos liberará de la muerte. De hecho, ha acentuado nuestras inseguridades, nos ha hecho perder energía levantando máscaras ante los demás, nos ha alejado del apoyo de los demás —por desconfianza ante el prójimo, por estar siempre comparándonos con ellos, queriendo competir, actuando a la defensiva…—, nos ha vuelto rígidos en nuestras respuestas, etc. En definitiva, servir a la mente nos ha debilitado y ha incrementado y escalonado los conflictos sociales a nuestro alrededor. A pesar de ello mantenemos nuestra lealtad hacia ese señor y damos la espalda al aquí y ahora, a la conexión con la vida, que demanda de nosotros una actitud mucho más original que los viejos patrones de nuestra mente.
3.- «Sobre todo, buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura». Esto podría considerarse la conclusión: entrégate al aquí y ahora, conecta con tu yo más profundo, con la vida y los demás, con lo trascendente, y el resto vendrá solo. No pienses que por ello tu vida quedará entregada al caos; al contrario, estarás libre de ese estado de miedo y de su confusión, actuarás con toda la fuerza de un yo bien centrado, con la fuerza y la sabiduría del amor. Como suele decir Mooji: «La vida cuida de la vida».
4. La resistencia a perder la identidad
A diferencia de lo que se suele decir, la salud mental no tiene que ver con actuar, sentir o pensar de tal o cual manera, sino más bien con la flexibilidad para actuar, sentir o pensar de tal y cual manera. Es frecuente escuchar, incluso en la psicología, que existen creencias irracionales, sentimientos negativos y conductas desadaptativas. Esto es válido hasta cierto punto, porque no se trata de creer que ciertas actitudes son, en sí mismas, mejores que otras, sino que lo importante es saber leer el contexto, las circunstancias concretas en las que nos encontramos, y responder de la manera más inteligente posible. No hay formas de responder mejores que otras para toda circunstancia. Quizá nos gustaría que así fuera, quizá nos gustaría que hubiera una biblia de cómo actuar de manera infalible en cada ocasión; sería muy cómodo, pero no la hay ni la habrá: la realidad es como un baile, hay que captarla momento a momento, y cada momento tiene sus cambios rítmicos y su estilo propio.
En este sentido, no es mejor mostrarse cercano que distante, ser directivo u obedecer, priorizar las necesidades del otro o las propias, responsabilizar a otro o hacerse responsable uno mismo, etc. Hay circunstancias en las que lo más inteligente será adoptar una actitud y otras en las que lo más inteligente será adoptar otra. Lo que resulta insano es que nos enroquemos en una actitud y reaccionemos desde ella por sistema. Por el contrario, la salud es la capacidad de moverse suavemente entre los dos polos (remarco «suavemente» porque saltar de un polo a otro con brusquedad suele ser también un mal síntoma).
La identidad que construyamos sobre quiénes somos, quiénes son los demás y cómo es el mundo será también más o menos rígida de acuerdo con lo más o menos rígidos que seamos en esos otros aspectos de la vida. Que seamos más conscientes y libres, frente a más reactivos y rígidos, dependerá de lo aferrados o apegados que estemos a nuestras narraciones internas. Por eso, uno de los trabajos más importantes en una terapia es tomar conciencia de nuestros patrones relacionales y aprender a resignificar lo que sucede dentro y fuera de nosotros.
Nuestros rígidos patrones no son tan fáciles de cambiar. Se crearon cuando éramos pequeños —a veces incluso recién nacidos—, en un momento muy vulnerable de la vida y en circunstancias que nos desbordaron emocionalmente, por lo que tuvimos que adoptar una estrategia de supervivencia psicológica. Esas soluciones desesperadas, tomadas por un cerebro muy inmaduro, quedan inscritas en nuestra carne como aquellos sellos que se graban a fuego en los ganados. Romper con esas actitudes sobre si somos válidos, deseables, capaces…, sobre si podemos confiar o no en las personas, sobre si tales o cuales emociones, sentimientos o pensamientos son apropiados o punibles, etc., implica romper con el suelo que nos sustenta, con aquello que hasta el momento nos ha mantenido vivos. Las resistencias a cambiar son muy altas: se tiene miedo muy profundo a que el cambio sea saltar de la sartén para caer en el fuego.
De hecho, muchas veces nos pasamos la vida reexperimentando una y otra vez los mismos conflictos internos y externos: buscamos ambientes y personas que refuercen nuestra identidad sobre el mundo y sobre nosotros mismos, aunque dicha identidad nos cause sufrimiento, enojo o miedo. Muchas veces de manera inconsciente, preferimos lo malo conocido a lo bueno por conocer; porque abandonar nuestra burbuja de identidad —aunque arrastre creencias del tipo «No valgo» o «Los demás me harán daño»— implica abandonar la aldea, partir a lo inexplorado. Es como si habiéndonos aprendido bien el papel de Sancho Panza —que al menos nos ha permitido mantenernos a flote— de pronto nos metieran en la obra Hamlet: nos sentiríamos perdidos, sin saber cómo reaccionar. Esto hará que busquemos parejas, amigos, jefes, etc., que nos ayuden a representar nuestro papel, aunque dicho papel no sea precisamente constructivo. Esto explica hechos como que mujeres a las que se les obliga a taparse todo su cuerpo con un burka puedan llegar a defender moralmente esa violencia contra ellas mismas, antes que reconstruir toda su identidad y poner en riesgo sus vínculos con sus allegados; o que niños abusados y maltratados defiendan a sus agresores, o consideren que sus agresores tenían una manera especial de quererlos, antes que soportar la idea de que quizá no fueran amados. Perder nuestro sentido de identidad y nuestros patrones se suele vivir como la mayor amenaza a nuestra supervivencia, dado que se vive como una pérdida de control, como un soltar todas aquellas herramientas que en su día nos salvaron, aunque fuera pagando un alto precio.
Este anclaje al pasado, a nuestra identidad —consciente o inconsciente—, supone otra de las grandes resistencias a disfrutar del momento presente. Somos incapaces de entregarnos al aquí y ahora y vivirlo con plenitud porque dentro de nosotros hay mucho miedo a soltar el pasado. Creemos que, si lo hacemos, estaremos perdidos en un bosque oscuro, desnudos, a merced de las fieras. Y, por eso, muchas veces elegimos abrazarnos al malestar que proyecta nuestra mente antes que abrirnos a la frescura y las sorpresas del aquí y ahora; preferimos los laberintos de la mente al insondable espacio abierto.