Quizá una de las cosas contra la que más luchamos sea nuestra vulnerabilidad, por eso, me voy a centrar en ello en este artículo. Hay muchas razones para que esto sea así, que van desde lo estrictamente biológico a lo puramente ambiental o cultural. Por supuesto, entre esas razones se encuentra la protección ante personas que podrían usar nuestra vulnerabilidad para hacernos daño. Sin embargo, esta no es la única explicación, puesto que a muchos les cuesta mostrar su vulnerabilidad ante personas que supuestamente son de confianza, como amigos o pareja; incluso, más allá de ellos, en ocasiones parece como si uno quisiera ocultársela a sí mismo. Esto lleva a pensar que también hay detrás un elemento social, algo que nos empuja a percibir la propia vulnerabilidad como vergonzante. Sobre este tema recomiendo una serie de vídeos de la investigadora Brene Brown, quien descubrió que las personas más seguras y valientes son, precisamente, las que muestran con mayor facilidad su vulnerabilidad [las indicaciones sobre dónde encontrar los vídeos son del momento en el que se publicó este artículo]:
—1. Brene Brown: El poder de la vulnerabilidad. Disponible gratis en Youtube
—2. Brene Brown: Escuchando a la vergüenza. Disponible gratis en Youtube
—3. Brene Brown: Sé valiente. Netflix, con suscripción.
Más allá de las afirmaciones de Brene Brown en estas magistrales charlas que os he recomendado, no es difícil percatarse de la antipatía social hacia la vulnerabilidad. Hay multitud de libros de autoayuda sobre los efectos perniciosos de la dependencia y la debilidad, y sobre las maravillas de la autosuficiencia. Es más, el DSM V, manual de diagnóstico psiquiátrico de referencia mundial, incluye el trastorno de la personalidad por dependencia; sin embargo, no encontramos ningún trastorno de la personalidad por independencia. Asimismo, desconozco —si los hay— libros de autoayuda que hablen de los efectos perniciosos de la autosuficiencia y la fortaleza. Parece como si la dependencia y la debilidad fueran signos de inmadurez psicológica y la independencia y fortaleza signos de madurez. Y a veces da la sensación de que el «Yo puedo» y el «Me basto solo» son los gritos de guerra de la persona realizada del siglo XXI.
Sin embargo, los estudios sobre los estilos de apego de Bowlby y Ainsworth, ya absolutamente validados y asentados en la ciencia de la psicología, apuntan desde hace décadas a otra realidad muy diferente. No voy a describir sus aportaciones porque me llevaría mucho tiempo y porque podéis leer sobre ello en un montón de páginas de internet. Creo que basta con decir que el estilo de apego seguro coincide con las investigaciones de Brene Brown, y no retrata precisamente a una persona autosuficiente o independiente (por descontado, tampoco a una persona patológicamente dependiente). Los extremos de la dependencia y la independencia corresponden con dos estilos de apego inseguros: el ansioso y el evitativo, respectivamente. Si bien el primero, el ansioso, sí queda señalado por nuestra cultura como dañino, el segundo se identifica culturalmente con la persona segura de sí misma; no obstante, los estudios recogen que estas personas, aparentemente resueltas y autosuficientes, también manifiestan respuestas fisiológicas propias de la inseguridad patológica. La diferencia es que en las personas de apego ansioso su malestar emocional es evidente para ellas mismas —y para los demás—, mientras que en las de apego evitativo se ha producido una desconexión con su malestar; es decir: no es que estas personas no alberguen inseguridad, lo que sucede es que sus sentimientos de inseguridad les pasan inadvertidos (pero sus cuerpos sí están respondiendo con inseguridad). La personalidad segura, verdaderamente segura —en su cuerpo y en su conciencia— es, paradójicamente, aquella que camina con gracilidad entre las orillas de la dependencia y la independencia, de la debilidad y la fortaleza.
El discurso social que tilda de vergonzante las manifestaciones de debilidad y dependencia no es nuevo. Por ejemplo, hoy se sabe que hasta hace bien poco a los soldados que hablaban sobre sus síntomas de lo que ahora se denomina estrés postraumático se los acusaba de debilidad personal, como si el hecho de que volvieran afectados fuera un defecto de su personalidad, en lugar de una respuesta natural ante la situación tan brutal a la que se habían visto arrojados. «No pasa nada» es una de las frases más habituales que se les dirige a los niños, y luego de adultos casi siempre que nos preguntan «¿Qué tal estás?» respondemos «Bien», porque lo correcto es que no nos pase nada, que podamos apretar los dientes y tirar para adelante, sin molestar a nadie con nuestro sufrimiento.
Claro, ante este panorama, es lógico que cuando en el colegio o en el trabajo no lleguemos a lo que nos pidan, nos culpemos a nosotros mismos: «No soy suficiente», «Soy débil, incapaz de soportar la presión». No se nos ocurre pensar que quizá el error es que se nos someta a esa presión o que se nos plateen objetivos desmesurados, incompatibles con el bienestar personal, con la vida social, la crianza de los niños… Con esos mensajes de «Sé fuerte» o «No pasa nada» la culpa es siempre de uno mismo, que es demasiado sensible o demasiado flojo, y así no hay nada que cambiar en las estructuras sociales, porque el problema nunca es del sistema, de su dureza, de su rigidez; el problema es siempre de los individuos, que no se adaptan bien a la guerra, que no saben insensibilizarse ante el dolor y la violencia. Y así es como me encuentro yo ante pacientes que, aunque saben que sufrieron bullying, una parte de ellos cree que fue por su culpa, porque no supieron defenderse, porque les afectó demasiado…, en definitiva, porque eran demasiado vulnerables, demasiado débiles, demasiado necesitados del respeto de sus iguales.
Parar contrarrestar este sesgo cultural, he escrito el siguiente texto. Lo presento en dos versiones —una escrita en voz masculina y otra en femenina— para que, así, al leerlo, os podáis sentir más identificados. El objetivo de este texto es funcionar como catalizador para daros permiso a sentir lo que sintáis, más allá de esos absurdos ideales culturales sobre lo que deberíais ser, ideales que en realidad son una deformación de nuestra auténtica naturaleza y que solo nos están dañando. Deseo de todo corazón que os ayude a conoceros y a aceptaros más, porque solo conectando con nosotros mismos podremos conectar con el mundo y sus personas, y así fluir en el aquí y ahora.